El adiós de la bruja
Conjuros,
palabras prohibidas,
Libros escritos
en la oscuridad,
Anzuelos
tallados en lomos de reptiles serenados a la luz de la luna
Los códices
fueron alterados, entregaron antídotos falsos vueltos palabras que envenenaron el
mundo.
Es valiente
quedarse callado cuando todos los mantras al salir de tus labios se vuelven
trozos de cristal. Los míos roídos pronunciaron palabras talismán que
atravesaban la carne, era la combinación de ciertas palabras en lenguas antiguas
pero también al español surge la suerte, al acomodarlas de cierto modo en
cierto tono y al murmurarla en su oído, dibujaba paisajes sonoros de flores
secas y al andar, el crujir de sus pétalos de rosas, negras, al ser aplastados por
las plantas de sus pies, arrojaban un aroma a clavos mohidos, a sangre seca, a
costras curtidas,
Ellos se
miraron no entendían por qué cada mota de sus labios se convertía en hiel al
tocar el viento, en el simple transcurrir de sus labios a su oído. Susurraron sobre
las hojas de los arboles a ver si así el veneno se neutralizaba pero no, ni los
arboles perdonaron los lamentos de todas sus vidas pasadas.
Y cogieron sus
manos y sacaron sus ojos como Edipo, y se cambiaron los ojos y entonces miraban
al revés, miraban con los ojos del otro, y solo así ella pudo entender la
tragedia que atravesaba esa boca de sal de gusano prendida de su pechos blancos,
los dedos que tocaban su sexo y despertaba un fuego dormido que olía a sempiterno,
estaban malditos. Ella se sentó en la piedra quiso, abrazar el drama, hacer que
lloviera flores en el desierto, pero en lugar de agua para los sedientos
llovieron granos de pimienta, y se alimentaron de pimienta varios días.
El también vio
cosas cuando miro hacia adentro con los ojos de ella
Tempestad de
aguas purpuras estrellaba todo contra los muros
Había un bosque
ardiendo, el único lugar donde podían tocarse
Intentaron
hacer como que no les dolía, hicieron de cuenta como que no, la piel curtida
con el tiempo soportaría cualquier martirio, como si ese lugar no fuese un
desierto de aves sin ojos, de códices alterados que pusieron en nuestras manos agujas
e hilos de plata para cocernos los labios de forma involuntaria. Y entonces se miraron, sabían que ese instante
era infinito, y se devolvieron sus ojos, pero solo uno, a partir de ahora
tatuajes de fuego en la piel por donde había andado su saliva dejo la carne
roída al paso, y un ojo, de un color distinto los acompañaría, un ojo que no
les pertenecía pero era parte de su mirada, andarían sus caminos y anduvieron
en direcciones opuestas desde entonces, pero de entonces siempre pudieron ver a
través de la mirada del otro, en que se había
convertido la tierra que todas las mujeres y todos los hombres tenían el mismo
rostro, las mismas cicatrices presas de
los mismos conjuros invertidos. Salvo aquellos que usaban sombreros de ala
larga y aquellas vestidas de negro, cargaban pluma curada de águila
transparente, invisible a miradas ajenas, al escribir con ellas cobraba
autonomía y soltaba rezos que curaban el espacio unos instantes, y solo en esos
instantes, se podía sentir la verdad. Ellos caminaron para siempre en
direcciones opuestas volviendo sus recuerdos olvido, escribiendo con plumas de alas
de pájaros blancos, para recordarse de la forma en que de verdad eran, sin
mascaras de distintos universos.